Fosbury optó por comenzar en 2,03m y los saltó sin problemas. La gente acababa de conocer de primera mano su revolucionaria técnica aunque como todo en la vida, había infinidad de escépticos que no confiaban en su efectividad. Dicho y hecho. Saltó a la primera 2,09, 2,14, 2,18, 2,20 y 2,22.
Se convirtió en la atracción de la prueba. Ya nadie quería ver a otro saltador
que no fuera ese rubio pecoso que acabó demostrando que su técnica era muy
válida. Si bien falló por primera vez un salto para los 2,24, ya se había
asegurado la medalla de plata. Sólo su compatriota Ed Caruthers podía robarle
el oro. Pero Dick no bajó los brazos. Segundo intento sobre 2,24. Falla.
El
20 de octubre de 1968, era el último día de los Juegos y Fosbury disputaba la
final. Antes de saltar, se quedaba congelado sobre su marca visualizando sus
próximos pasos, mientras los aficionados mexicanos le apremiaban gritándole:
“Ándale gringo” (según relatan). Tras dos intentos fallidos, en el tercer y
definitivo salto, Fosbury, se convirtió en leyenda deportiva, superando los
2,24 metros, provocando el “olé” de todo el estadio y ganando la medalla de
oro.
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